Henry Chinaski se descubre, y a Katherine

viernes, 19 de diciembre de 2008

" (...) Salí de la cafetería y observé el panel de llegadas. El avión llegaba a su hora. Katherine estaba en el cielo viniendo hacia mí. Me senté y aguardé. Enfrente mío había una mujer de muy buena catadura leyendo un peródico. Su vestido se le quedaba bastante subido alrededor de los muslos, enseñando toda aquella ijada, auqella pierna espléndida envuelta en nylon. ¿Por qué insistía en hacer eso? Yo estaba con un periódico, y espiaba por encima, subiendo por su vestido. Tenía unos muslos de fábula.
¿Quién estaría beneficiándose de aquellos muslos? Me sentía como un idiota fisgando de aquel modo, pero no podía remediarlo. Era un monumento. Una vez había sido una niñita, algún día estaría muerta, pero ahora me estaba enseñando la cima de sus piernas. La maldita calientapollas, le daría un centenar de embestidas. Le daría veinticinco centímetros de púrpura palpitante! Cruzó sus piernas y el vestido se retrayó más aún. Levantó la vista de su períodico. Sus ojos se clavaron en los mios que miraban asomados por encima de mi períodico. Su expresión era de indiferencia. Abrió su bolso y saco una barra de chicle, quitó la envoltura y se lo metió en la boca. Chicle verde. Empezó a mascar el chicle verde y yo contemplé su boca. No se bajaba la falda. Sabía sin embargo que yo estaba mirando. No había nada que yo pudiera hacer. Abrí mi cartera y saqué dos billetes de cincuenta dólares. Ella levantó la vista, miró los billetes y volvió a lo suyo. Entonces un gordo cayó como un bombazo a sentarse junto a mí. Tenía una cara muy roja y una nariz masiva. Llevaba un traje marrón claro que olía a charcutería. Se tiró un pedo. La dama se bajo el vestido y yo guardé los billetes en mi cartera. Se reblandeció mi polla, me levanté y fuí a la fuentecilla de agua.
Afuera en la pista el avión de Katherine estaba tomando tierra. Me puse a esperar en la puerta. Katherine, te adoro.
Apareció Katherine, perfecta, con su pelo marrón rojizo, su ligero cuerpo, con un traje azul que volaba mientras ella andaba, zapatos blancos, finos y tiernos tobillos, juventud. Llevaba un sombrero blanco de ala ancha caída hacia abajo hasta el punto justo. Sus ojos miraban al mundo desde debajo del ala, amplios, marrones y risueños. Tenía clase. Nunca andaría enseándo el culo en los asientos del área de espera de un aeropuerto.
Y allí estaba yo, con casi cien kilos de peso, perpetuamente confuso y perdido, con piernas cortas, tronco de simio, todo pecho, sin cuello, cabeza demasiado grande, ojos embotados, pelo despeinado, metro noventa de carne petrificada esperándola.
Katherine vino hacia mí. Toda aquella limpia cabellera marrón rojiza. Las mujeres de Texas eran tan relajadas, tan naturales. La besé y pregunté por su equipaje. Sugerí hacer una parada en el bar. Las camareras llevaban unos vestidos cortos de color rojo que enseñaban sus bragas blancas de encaje. Los escotes eran muy bajos para mostrar las tetas. Se ganaban de verdad el sueldo, se ganaban las propinas, hasta el último céntimo. Vivían en los suburbios y odiaban a los hombres. Vivían con sus madres y hermanos y estaban enamoradas de sus psiquiatras.
Acabamos nuestras bebidas y salimos a por el equipaje de Katherine. Unos cuantos hombres trataron de llamar su atención, pero ella caminaba pegada a mí, cogida de mi brazo. Pocas mujeres hermosas deseaban mostrar en público que pertenecían a algún hombre. Había conocido a bastantes mujeres para poder asegurarlo. Yo las aceptaba por lo que eran, y el amor venía difícilmente y muy raras veces. Cuando ocurría era normalmente por razones equivocadas. Uno simplemente se cansaba de estar manteniendo apartado el amor y lo dejaba venir porque a algún lado tenía que ir. Entonces, normalmente, venían muchos problemas."

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